18 de febrero de 2007

Salida 17 de febrero: setas en la Estación de Gaucín.







SÁBADO, 17 DE FEBRERO DE 2007. PARQUE NATURAL DE LOS ALCORNOCALES: RECORRIDO POR EL BOSQUE ENCANTADO EN BUSCA DE SETAS. ¡GRACIAS JERÓNIMO!

Apostar por una ruta con Jerónimo es jugar a caballo ganador: es un auténtico lujo contar con el conocimiento que atesora este intrépido montañero y excelente persona, sobre los entornos de la Serranía de Ronda.

Ya en la comida del sábado anterior, a propósito del precioso recorrido por Sierra de las Nieves que nos había organizado, Jerónimo nos propuso el actual de los Alcornocales en busca de setas. La idea, como de costumbre, se fue concretando a lo largo de la semana con las opiniones correspondientes plasmadas en el blog, de tal manera que el grupo se intuía numeroso, Y así fue. Acudimos a la cita desde puntos diferentes, doce más uno: Jesús, Jerónimo, Lola Díaz, Ricardo, Mari Lobillo, Luis, Nori, Carmen, Paco Hernando, Fali, Miguel Sánchez, Rafael y Manuel.

El punto de encuentro, Gaucín, para degustar un desayuno riquísimo y abundante, premonición del encanto y los sabores que la jornada nos iba a deparar. Ya en este punto el día nos quería regalar una tregua atmosférica, porque hasta ese momento oscuros nubarrones y lluvia persistente nos habían acompañado a lo largo del extenso recorrido por carretera. Tanto es así, que más de uno y de dos decían aquello de “hoy, a la calle de la Bola, después del desayuno”. Pero los hados del bosque encantado estaban de nuestra parte, y abrieron una brecha de buen tiempo para que pudiéramos adentrarnos, pasada la estación de Gaucín, en la ruta que Jerónimo nos había preparado por el parque natural de los Alcornocales.

Tras salir del asfalto y algunos kilómetros de carril, comenzamos a adentrarnos en un bosque singular, en busca de las anunciadas setas “chantarela”, de color amarillo y difíciles de localizar por su mimetización con la densa capa de hojas de roble, y de todo tipo, que forman la singular base acolchada del lugar. Preparados para el evento, con dos grandes cestas, y más moral que el Alcoyano iniciamos la búsqueda por carril, monte abajo y a media ladera. Enseguida pudimos percatarnos de la belleza del lugar. El bosque, ahora sí encantado, nos envolvió entre enormes alcornoques de cortezas en formación para una nueva saca, con gigantescos brazos de tremenda espesura, como si de potentes candelabros se tratara, robles centenarios de gran porte, abarcables en su perímetro, al menos por dos personas, quejigos inmensos, madroños, y un sin fin de árboles y arbustos entrelazados que hacían, a veces, difícil el paso. De cuando en vez, la búsqueda de setas en “guerrilla” que habíamos organizado por la ladera, ajenos ya a cualquier atisbo de senda, nos unificaba en algunos claros presididos por extraordinarios ejemplares de árboles de todo tipo, con troncos y ramas cubiertos por un musgo vivo y esponjoso, colonizado a su vez por una ingente cantidad de helechos. La cosecha de setas iba en aumento para regocijo de todos y la humedad del entorno generaba en las enormes rocas y en todos los volúmenes del lugar, el mismo tapiz de espeso musgo verde claro de los árboles, que suponía una belleza constante para la retina.

En tal frenesí setero estábamos inmersos cuando Jerónimo, en su imparable búsqueda y deambular, intuyó un buen recoveco que podría tener premio. ¡Y vaya si lo tuvo!. De su cama levantó a un enorme jabalí, negro zaino, con grandísima cabeza, cara de pocos amigos y apretados cuartos traseros, que tras unas décimas de segundo intuyó el espacio por donde salir a todo correr, monte abajo, entre las piernas de los petrificados presentes que atónitos observábamos el potente trotar del animal. Repuesto el tono vital y “la color de la tez”, empezamos a reaccionar al rato. Habíamos visto a un hermoso ejemplar de, al menos, cien kilos. Estaba claro que el día nos iba a deparar todo tipo de maravillas.

Todo el día fue un constante caminar por (según está considerado por los que más saben de esto), el bosque natural mejor conservado de Europa. Arroyos con enorme cantidad de agua, formando rápidos y profundas cascadas, que tuvimos que atravesar con el viejo truco de echar piedras al cauce, para que unos se mojen y los demás pasen. Árboles medio caídos con una vida y portes extraordinarios, con formas caprichosas, tapizados y colonizados de los consabidos musgos y helechos. Rocas escalonadas y alfombradas que nos forzaban a descender o trepar, siempre a media ladera y siguiendo el cauce río arriba, entre tal espesura, que nos obligaba a llamarnos y contarnos a menudo para evitar pérdidas. Se diría que a veces estábamos participando en una espectacular “gymkana”.

Los comentarios de todo el grupo eran constantemente de asombro. La belleza del lugar no tiene parangón. Como siempre valoramos por referencias o comparaciones, se hablaba de una belleza similar a la de la selva de Iratí, los bosques del Pirineo o, incluso, como comentó Nori, las selvas y espacios de Asia por ella conocidos. En todo caso, un auténtico lujo para los sentidos, en nuestra geografía provincial más cercana. Afortunadamente para su conservación, dado lo intrincado del terreno, por allí pasan Jerónimo y unos cuantos más, y alguno de ellos con pérdida de reloj inclusive, y si no que se lo pregunten a Ricardito que se lo encontró.

Nos lloviznó en algún momento, incluso durante la comida, celebrada en un bonito claro junto a un arroyo y con gran animación y manjares, como es costumbre de la casa. En el relax del descanso tuvimos un bello recuerdo hacia Pilar y Paco, con el deseo de su pronta recuperación y vuelta a este sin par equipo.

A todo esto, Jerónimo, que no puede parar, fue fotografiando, con trípode y todo, tanto en la comida como en todo el camino y prueba de su precioso reportaje es la muestra que Luis ha situado en el blog.

El regreso lo hicimos saliendo de la profundidad de la enorme vertiente por donde anduvimos todo el día, atravesando en la subida una preciosa extensión de brezo en flor hasta que llegamos de nuevo al carril de origen. El resto del recorrido, andando sobre llano, fue ir admirando el impresionante entorno y recordando tan espectacular día. La propuesta de pasear a Jerónimo a hombros en justa recompensa, lo atacó más de lo que estaba. Al final, reparto entre todos de los varios kilos de chantarela encontrados y una enorme satisfacción general.

Un día precioso, único y de enorme gratitud a nuestro amigo Jerónimo.

Abrazos montañeros agradecidos por la espectacular ruta.

Manuel

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias Jerónimo por enseñarnos ese trocito de "Paraíso", por las fotos y las setas... que están riquísimas.

Que se repita!!!

Un abrazo para todos y todas las intrépidas.

Anónimo dijo...

Es justo reconocer que pocos lugares tienen el encanto de este hermoso bosque. El "oh, qué bonito", se repetía continuamente a cada paso y a cada mirada. Ayer todos los sentidos disfrutaron plenamente.
Quiero aprovechar este comentario para hacerle llegar a Pili y a Paco nuestro apoyo, y enviarle un fuerte abrazo con el deseo que sea rápida su recuperación y pronto nos veamos nuevamente disfrutando de la naturaleza. Ánimo y salud para todos. Paco Hernando

Anónimo dijo...

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