22 de septiembre de 2007

RECUERDOS DE LA INTEGRAL DE SIERRA NEVADA

DE LAS VENTURAS Y DESVENTURAS QUE ACAECIERON A LOS ESFORZADOS RICARDO, FALI, ANTONIO, PACO, RAFAEL, JOSÉ Y MANUEL EN LA SINGULAR Y SIN PAR TAREA DE RECORRER CON GRANDE ÁNIMO Y SUFRIDO TESÓN, LA INTEGRAL DE SIERRA NEVADA EN LOS DÍAS 5, 6, 7 Y 8 DE JULIO DE 2007

Preparativos

Después del recorrido por los acantilados de Maro del sábado 30 de junio, y con el buen acuerdo de comer ese día en el chiringuito de Antonio en Lagos, el grupo nevadensis, al calor de las correspondientes sardinas y demás exquisiteces, nos dimos a la tarea de concretar los pormenores. Allí nos confabulamos, Fali, Rafael, Paco Ponferrada, Ricardo y Manuel. No estaba en la comida Antonio, aunque tenía también anunciada su asistencia a la integral. Hablamos de salir el miércoles para mayor tranquilidad del recorrido, a pesar de la insistencia de nuestro Ricardito que porfiaba en iniciarlo un día después porque con tanto tiempo la integral iba a ser una “mariconada” (enorme peligro cuando en este grupo a algo se le tilda de tal manera). Pero dado que en el reparto de papeletas de votación, y efectuado el recuento, la mayoría aplastante optó por la ruta para disfrutar, quedó acordada la salida para el miércoles 4 de julio con llegada al final el domingo 8, día en que nos uniríamos con el resto del grupo que iría a hacer un recorrido a partir del Veleta. El azar nos tenía preparada otra alternativa más en la línea de nuestro insigne trotamundos.

Ya sólo quedaba fijar quiénes llevaban el arroz, las latas de atún, las cocinas, tiendas de campaña, y demás elementos comunes. Las listas de pormenores fueron profusamente elaboradas. Del resto de suministros, cada uno se preocuparía de lo necesario para no morir en el intento.

A partir del lunes, el que más y el que menos, nos pusimos en posición de “primer tiempo de saludo” con ánimo de no dejar nada en el olvido. Y fue en ese periodo de vigilia cuando se acordó el retrasar la salida al jueves 5, pues Antonio no podía antes por cuestiones personales. Es de suponer la satisfacción de nuestro Ricardito: atrás quedaba ya la mariconada.

Algunas llamadas por teléfono para concretar las últimas compras, vehículos de transporte y puntos de reunión, dieron paso al gran día.

Jueves, 5 de julio

El grupo estaba dividido en dos subgrupos. Por una parte, desde Torre del Mar y en el coche de Fali, salían hacia Cenes en torno a las cinco de la tarde, el mismo Fali, Mariela (que se quedaba de relax en Cenes), Ricardo, Antonio y José Ignacio como séptimo integrante del grupo nevadensis.

Un poco antes Rafael me recogió en el Rincón (en la puerta de mi casa, todo un caballero) y nos fuimos al encuentro de Paco Ponferrada, que con su coche pusimos rumbo también a Cenes.

Es de bien nacido ser agradecido. No se puede pedir más apoyo y coordinación. Allí estaba Ramón, cuñado de Mariela que con su vehículo y contando con la multiuso furgoneta de Fali, nos llevaron a Jérez del Marquesado, punto de salida.

Primer disgusto de Ricardito, pasamos de largo del pueblo y enfilamos carril arriba camino del refugio Postero Alto, en donde tienen avisada nuestra llegada. La mariconada comienza muy pronto: lo suyo es subir andando desde el pueblo: en hora y cuarto llegamos al refugio -clama nuestro insigne-. Afortunadamente clamó en el desierto, pues luego pudimos constatar que lo de hora y cuarto era ciencia ficción, ya que tras largo recorrido de carriles, y llegado en un punto de peor trazado, decidimos comenzar oficialmente la andarina ruta. Eran las 20,45 h y estábamos a 1565 m de altitud cuando, mochilas al ristre, comenzamos la trepada hacia el refugio, con fuerte pendiente entre sendas y carril.

Como pollos sudorosos aparecimos en el bonito Postero Alto (1885 m) a las 21,25 h, ya anocheciendo.

Nos recibió Sergio, encargado del lugar quien nos asignó dos habitaciones: el gallo y el vencejo (curiosamente con Fali solo se atrevió a dormir el héroe Antonio, en el vencejo) y tras las reparadores cervezas fresquitas, nos sirvió una abundante cena a base de pasta (tornillos de colores), pollo con patatas, y postre. Tras la anotación de nuestros datos en el libro registro y la charla correspondiente con degustación de infusiones, nos fuimos a dormir (es un decir), pasadas las 12, en una noche particularmente estrellada, no sin antes haber convenido la hora del desayuno para las siete y cuarto.

Los tornillos, el pollo, las patatas y lo tarde de la cena, se unieron para no dejarnos dormir. Ríase uno de las noches toledanas. La indigesta digestión y el excesivo calor fueron los artífices de la imposibilidad del descanso. Las caras de la mañana siguiente eran todo un poema, ¡y comenzaba de verdad la gran aventura!.

Viernes, 6 de julio

Café con leche, tostadas de pan con aceite y mantequilla, fue nuestro desayuno a las 7,20 h, en un día caluroso y con sol radiante.

Tras el abono de la estancia por importe de 130 € gracias a nuestra condición de federados, abandonamos el refugio a las 8,15 h, tras las orientaciones de Sergio sobre los puntos para reponer agua y otros pormenores.

Ascendíamos sin parar con paso lento y firme, en fila india, por un cortafuegos que trepa sin descanso por la ladera junto al refugio, camino del lugar denominado “casa rojos”. La altura que íbamos cogiendo facilitaba un viento agradable que mitigaba en parte el sudor del esfuerzo.

La primera parada la efectuamos a las 9,35 h, a 2493 m para beber de un nacimiento de arroyo que brota de la alfombrada ladera por la que íbamos subiendo en zig-zag, con o sin senda. Desde el refugio hemos ascendido 608 m. A estas alturas Rafael ya es consciente de que los dioses hoy no le son propicios. Tiene grandes problemas para respirar convenientemente y la ascensión le está costando una barbaridad, hasta tal punto que (aunque nos lo diría más tarde), se está planteando el darse la vuelta. Tras el necesario descanso, proseguimos la empinada cuesta hasta el nacimiento en torrentera, ya avisado, que está encima de la casa rojos. Son las 10,10 h y nos encontramos a 2704 m. Es un buen sitio para rellenar las botellas de agua y tomar los primeros frutos secos, rosegones, barritas, y demás. Encima de nosotros están los primeros tres miles con terreno ya de canchales sueltos. El viento sigue facilitando la tarea y Rafael, con más moral que el Alcoyano, continúa librando su particular batalla consigo mismo.

Vamos camino de la cuerda alta del macizo y de frente aparece el primer tres mil: Cerro Pelao. En este momento vamos subiendo en guerrilla, unos por aquí y otros por allá, pero sin perdernos de vista, cuando, como no, Ricardito dice eso de -¿subimos al Cerro Pelao?-. La pregunta es retórica, pues ya se ha encaminado hacia arriba buscando un collado de subida, junto a José, quien por cierto se encuentra unos crampones guardados en un saco. Paco y yo optamos por seguirles y enfilamos el largo serpenteo hacia el collado, en donde dejamos las mochilas, tras el cual la cumbre cercana la logramos a las 12,10 h con sus 3190 m. y las fotos de rigor. La luminosa vista hacia el oeste nos muestra parte del macizo con las cumbres de Alcazaba, Mulhacén, Cerro los Machos y Veleta.

Tras la bajada nos reagrupamos los siete en un collado cercano. Ya estamos en la línea de los tres miles. Ahora conviene no perder excesiva altura, por lo que nuestro caminar será siempre por la cuerda en un constante sube y baja.

Vamos pasando por vértices de piedras que indican cotas de altura en torno a tres mil cien metros en adelante. Al Picón de Jérez con 3122 m, vamos y volvemos, pues se queda ligeramente a la derecha de nuestra dirección. Llegamos a la cumbre a las 13,00 h, habiendo dejado las mochilas en el camino de paso. En este momento, Rafael se plantea el continuar por la cuerda, en el sentido lógico de la marcha, mientras los demás vamos y venimos. Ya hace tiempo que nos vamos encontrando con grandes y cercanos rebaños de cabras monteses, en donde abundan machos de espectaculares cornamentas.

El camino por la cuerda nos introduce en un sinfín de crestas con grandes bloques de rocas parduzcas y rojizas de complicado paso. Caminamos en un constante diente de sierra en pos de Rafael, al que no vemos a lo lejos con la consiguiente preocupación. La machacona jornada y la hora de sol de justicia se hacen notar. Diferentes cumbres en crestas nos acercan, por fin, a Rafael quien nos aguarda en el Cuervo (3157 m) al que llegamos a las 13,50 h en medio de un enorme pedregal tan incómodo de andar como absorbente, ya que es imposible mirar hacia otro sitio que no sea al suelo para calcular, certeramente, en donde tenemos que poner la bota en el paso siguiente.

Tras cruzarnos con dos montañeros de más allá de Roncesvalles, que van haciendo el recorrido en sentido contrario, seguimos por las incomodísimas sucesiones de crestas y collados que forman la parte alta de enormes circos de montaña, debajo de los cuales se extienden perfectos valles glaciales que dan cobijo a algunas lagunas, enmarcadas en potentes morrenas de descomunales bloques de piedras.

Con el espíritu calentito de tanta batalla y sol, decidimos parar a comer a las 14,30 h en un collado a 3140 m, bajo la única sombra de nuestros gorros. El salchichón granatensis de Paco, que parece multiplicarse como los panes y los peces en todo el recorrido, y los diferentes paquetes de chacina variada, forman el “menú principal” de la comida, acompañados de un pan rotundo y bastante cansancio. Tras un breve descanso, en donde Ricardito nos va leyendo las orientaciones sobre la ruta, del mapa guía que de cuando en vez despliega, e instruidos por José sobre la bondad de la instalación en las viviendas, de accesorios de construcción polacos, iniciamos nuestro “alegre caminar” a eso de las 15,30 h.

El paso por el collado de Las Buitreras (2996 m) a las 15,45 h nos encamina hacia el Puntal de Bacares entre el conocido paisaje de enormes pedregales de exigente atención. La dura subida en zig-zag pone especialmente a prueba nuestra potencia, ánimo y determinación. De la digestión ni hablamos. Y peleándonos con nosotros mismos y con nuestras generosas mochilas, aparecimos sobre las 17,30 h por la cumbre del dichoso Puntal de Bacares (3149 m), que Dios lo tenga en su gloria. La impresionante vista del cercano y descomunal macizo de la Alcazaba, sobrecoge.

Descanso obligado, bebida generosa de líquido (las sales de isostar de Rafael y las boticarias mías, se ingieren profusamente) y comentario premonitorio de Fali: -ya verás que bajada más dura nos espera ahora por un infame pedregal-. ¿Más dura?.

En el merecido descanso, y viendo de frente la soberbia cara este de la Alcazaba, Ricardito (como en todo el recorrido), ya nos está haciendo la oferta primavera-verano para el día siguiente, a saber: una subida “algo durilla” por un manto de pedregal que se adivina al fondo, con un ángulo de ataque en torno a los 40 grados, para a continuación pasar a unas terrazas de perfil a plomo, buscando una “vereilla” que te saca ¿? por en medio de una descomunal pendiente a la cuerda de la cima. Miradas de asombro entre el grupo y primer amago de linchamiento público. Menos mal que la cordura va por barrios, y se impone por amplio margen la oferta de Fali de un recorrido de inicio algo más alejado, que se antoja más progresivo y menos mortal. Al final, ni uno ni el otro, al día siguiente encontramos la ruta ideal.

Y vimos la bajada dura que Fali nos había vaticinado. Fue, como en otras muchas ocasiones del recorrido, el paso por una enorme morrena de descomunales bloques, puestos a mala leche, en un incesante descender de gran pendiente e interminable fin, que lleva al fondo del enorme valle glacial ¡Uf!.

Y allí, pisando por primera vez desde ni se sabe, almohadillado firme de fresca hierba, aparecimos por las lagunas del goterón a las 18,30 h y 2897 m, hartos, junto a la base de la Alcazaba, para poner las tiendas en recogidos vivac. Nos lo habíamos ganado. Rellenamos agua ante la atenta y cercana mirada de infinidad de cabras monteses, montamos las tiendas junto a una de las primeras lagunas y preparamos los correspondientes arroces, sopas y embutidos para la cena. En cuanto se escondió el sol, comenzó a refrescar. Algo de conversación, alguna que otra pastilla para intentar descansar y paso a las suites. Ricardito consigo mismo, Fali y Antonio pareja de hecho, Rafael y Jose en un buen iglú y los dos largos, léase Paco y Manuel, en la tienda restante.

Ya habíamos acordado no dejar comida fuera porque imaginábamos que tendríamos visita nocturna. Y así fue. Yo estuve durante bastante tramo de noche dando golpes a la tienda, cuando oía trapichear sobre la bolsa de basura que tenía en el exterior junto a mi cabeza. Como Paco se había “desconectado” no se enteraba, aunque al día siguiente aseguró haber notado, alguna vez, golpes raros. Tampoco esta noche dormimos en condiciones.

Sábado, 7 de julio

El chupinazo avisando de la apertura de las tiendas, sonó a eso de las 7,15 h cuando los comentarios y risas de los vecinos se hicieron notar. El camión de la basura había hecho, efectivamente, acto de presencia por la noche y se había llevado la correspondiente bolsa junto a nuestra tienda. Las huellas, para todos los gustos, confirmaban tal extremo. Tras el consabido lavado a lo gato nos apresuramos a calentar el agua para los desayunos. Una vez respuesta la energía, recogimos las tiendas y nos fuimos a dar esa peculiar vuelta por los alrededores, para “conocer el terreno”. En mi personal deambular encontré rajada la famosa bolsa de basura. Cuando me presenté con ella en el campamento, Rafael me dijo aquello de ¿no podías haberte ido a dar tu particular vuelta por otro sitio, ya que nos habían hecho el favor de recogernos la basura a domicilio?.

Las fotos de rigor para inmortalizar el sitio y salida andando a las 8,45 h, valle abajo, sorteando, una vez más promontorios de morrenas a discreción y en busca de un barranco que discurre a la derecha de nuestra posición. Allí nos encontramos a las 9,30 h y 2706 m, con un potente arroyo que viene tras descolgarse por una espectacular y altísima cascada, del macizo de la Alcazaba. Sitio propicio para recargar agua y para plantear la subida discutida la tarde anterior, al observar la mejor y más corta ascensión en oblicuo que podíamos hacer. En este lugar nos llamó la atención la presencia, en medio del cauce del arroyo, de una enorme rueda agarrada a parte de una estructura metálica. Tras la correspondiente observación, convenimos que debía de pertenecer a un avión, detalle confirmado el domingo por Javier, quien nos aclaró que se debió a un gravísimo accidente de un avión francés, contra la Alcazaba, allá por los años setenta.

Fali, nuestro oteador oficial, no tardó en localizar una senda ascendente por el canchal de la loma que nos puso, en sucesivos zig-zag en la larga cuerda que asciende hacia la cumbre. Rafael se encontraba bastante más repuesto y, sin tirar cohetes, había superado el mal día anterior. Fuimos elevándonos sobre el valle con una impresionante vista hacia todos los puntos y la mirada puesta en los macizos de la Alcazaba y Mulhacén. Las cascadas de desagües de lagunas superiores, el viento fresco de la mañana que nos soplaba con insistencia y la potente luminosidad del momento, condujeron a Antonio a dibujar en su librillo de ruta, el perfil del fondo al que nos dirigíamos. En constante subida sobre plataformas consecutivas, sin abandonar el paso sobre el interminable canchal, nos fuimos acercando a la parte alta de la cara sur de la Alcazaba. Tras dejar las mochilas en una especie de collado-embudo por el que teníamos que pasar de vuelta, a unos 100 m de desnivel del vértice, acometimos el último tirón ya libres de peso, llegando a la potente cima de 3371 m a las 11,42 h. Vista espectacular, todo el macizo de Sierra Nevada a diestra y siniestra. Sensaciones todas. ¡Estábamos en la cumbre de la Alcazaba!. Valles en todas las direcciones. Mulhacén potente ante nosotros. Fotografías inmortalizando el momento y una enorme sensación de placer y plenitud montañeras. Nuevos dibujos de Antonio para ilustrar el hecho. Pero había que bajar y continuar. El orden del día de la jornada era muy exigente y según los planes convenidos, todavía nos quedaba un montón por recorrer, subiendo y bajando.

Así es que nos lanzamos ladera abajo en busca de las mochilas, no sin antes asomarnos por un collado a pie de cumbre que da vistas al norte y al enorme farallón y valles conocidos de la Alcazaba, que tantas veces hemos observado en nuestros recorridos por alturas inferiores de Sierra Nevada.

Tras reponer fuerzas de media mañana en el sitio de las mochilas, con los consabidos frutos secos y barritas de turno, salimos a las 12,30 h buscando el gran collado entre Mulhacen y Alcazaba, al que descendimos por una pendientísima senda de nuestros habituales canchales rocosos. Ya estábamos en siete lagunas, eran las 13 h y allí recogimos de nuevo agua, pues falta nos iba a hacer y no tendríamos otro punto de suministro hasta la base del Veleta.

De nuevo, dos opciones de subida al enorme macizo de Mulhacén que teníamos encima de nosotros: la habitual y la peor. La habitual suponía bajar todo el valle de las siete lagunas hasta la última y tomar una senda que va remontando poco a poco el macizo hasta la cumbre. La peor, aclarada de esa manera por Ricardito, suponía hacer algo por el estilo de lo que nos había explicado para la Alcazaba, subiendo de golpe y oblicuamente el enorme macizo hasta encontrarnos con la senda habitual. Esta vez nos debió de coger con la guardia baja y aceptamos la propuesta de nuestro trotamundos. Y aquí fueron los padres tuyos y las madres mías. Comenzamos la ascensión superando una primera morrena a nuestro paso y nos encaramamos por una ladera de lisas rocas inclinadas camino de un falso collado superior. Aparentemente había alguna senda, no sé bien si de cabras o de qué, que se perdía con facilidad y que trepaba con un enorme desnivel, hasta que aparecimos por el falso collado, que resultó ser un enorme cataclismo de descomunales rocas que daba paso a una larguísima y pendiente ladera, jalonada por grandes neveros, camino de una lejana cuerda, a la izquierda del macizo de la cumbre.

En este punto el grupo iba ya medio roto. Antonio había optado por una subida hacia el flanco derecho sin aparente senda, aunque luego nos aclaró que por algunos sitios se veía medio trazada. Ricardito, Fali y José iban subiendo por la izquierda unos cincuenta metros de desnivel por encima del resto que éramos Rafael, Paco y yo. Las ascensión, durísima, buscando un zig-zag imaginario para ir ganando altura por el enorme pedregal. Paradas cada poco tiempo para calmar la jadeante respiración y beber algún trago. Ascenso lento y difícil donde los haya. Cuando nos fuimos acercando al nevero, el terreno comenzó a cambiar. Las piedras escaseaban y la gravilla suelta nos hacía resbalar en una pendiente y desnivel inmensos. Clavando los bastones tuvimos que ir buscando pasos entre rocas que nos dieran cierta seguridad. Pero conforme ascendíamos, ya en la misma base de los neveros, el húmedo terreno se desprendía ante nuestro peso ladera abajo, incluso si nos subíamos a las rocas mayores, por lo que hubo que salirse de las zonas húmedas, rodeando por debajo, ante la imposibilidad de continuar. A duras penas y sacando esas fuerzas que a veces no sabe uno que las tenía, logramos aparecer por la marcada senda de la ruta habitual, en donde esperaban Ricardito, Fali y Jose. Rafael estuvo a punto de perder un bastón por el desplome de las rocas ladera abajo y lo recuperó de casualidad.

Repuestos de nuevo y con la vista del macizo de la cumbre a nuestra derecha, continuamos la todavía larga ascensión, ya más cómoda por senda, llegando a la cima (3486 m) a las 3,07 h, en donde aguardaba Antonio desde hacía media hora.

El esfuerzo ya estaba casi olvidado. ¡Estábamos en el Mulhacén!. La plataforma de la cumbre estaba tomada por un grupo de scouts, con sus correspondientes monitores y algunas personas más, que habían subido desde el refugio de la caldera, al que nosotros nos dirigiríamos después. La consabida fotografía del grupo en el vértice nos la pudimos hacer cuando los escandalosos chavales tuvieron a bien bajarse. Otra espectacular ración de enorme vista desde el techo de la península. Creo que el encanto del lugar estaba un poco roto por la gran cantidad de personas que allí había. Nos fotografiamos con profusión en la roca que sale montada al aire sobre la caída hacia el norte, en el vértice de nuevo, junto a la hornacina de la virgen y decidimos alejarnos un poco del tumulto para comer.

En un rellano entre piedras y bajo un sol achicharrador, abrimos nuestras despensas y comienzan a aflorar, el sempiterno salchichón granatensis de Paco, y las chacinas conocidas, para variar. Y es aquí cuando Fali nos sorprende con el oportuno, refinado y compuesto discurso, dentro del más puro estilo de la lógica y la retórica heredado de las escuelas clásicas: “………..” ¿?. Es decir: no abrió el pico nada más que para comer. Su nivel de agotamiento pasaba factura.

Con estos mimbres, comenzamos la bajada a las 16,15 h camino de la Caldera por pendientes sendas, transitadas por quienes iban y venían por las rutas tradicionales del Mulhacén. La vista de los potentes valles que discurren hacia el sur y hacia la escarpada vertiente norte, posicionaba al Veleta, nuestra meta del día, en los confines de lo posible. Se bajaba sin parar.

Por fin aparecimos por el refugio de la Caldera (3071 m) a las 16,57 h. En este punto había dos opciones: tomar el carril que sale por el fondo del valle hacia la base del Veleta, o subir una oblicua senda que partiendo del refugio trepa hacia la parte alta del circo. Por el primer recorrido se decantaron Rafael y Fali, por la senda subimos el resto.

La llegada a la parte alta del circo de la Caldera (3164 m) a las 17,25 h, nos regaló con una ruta más llana camino del largísimo carril por el que aparecerían Fali y Rafael. Ya sólo se trataba de caminar con la vista puesta en el todavía lejano Veleta. Algunas paradas intermedias, sobre todo en un par de miradores hacia los enormes tajos de la cara norte.

Ya se veía el refugio de la Carihuela, destino de etapa, cuando por el carril que traíamos, a su paso por la base del Cerro los Machos, optaron Ricardito y José por no dejar pasar ese tres mil. ¡Vaya par de dos!. Iban ya despendolados, necesitaban más caña.

Una amenazante nube negra vino a hacernos compañía al final de etapa y comenzó a dejar caer algunas gotas, por lo que aligeramos el paso, recogimos agua en una surgencia de neveros del carril y llegamos ¡por fin!, Antonio, Paco y yo al refugio de la Carihuela (3214 m) en la base del Veleta, a las 18,45 h, después de un intensísimo día.

El refugio, pequeño pero limpio, tiene dos alturas en maderas corridas para albergar a unas diez personas acostadas. Sólo había cuando llegamos una pareja, por lo que extendimos colchonetas y sacos guardando cuatro plazas más para nuestros compañeros. Fali y Rafa no tardaron en llegar. Optamos por echarnos un rato para descansar mientras aparecían los trotamundos. Entre tanto fueron llegando nuevos montañeros que completaron las plazas. Aún así, a lo largo de la tarde-noche el refugio terminó duplicando el teórico aforo con colchonetas por el suelo y en los bancos fijos de la mesa.

Con radiante expresión irrumpieron los “machos del cerro” que, no contentos con su propina, se plantearon el hacer un “bis” y se largaron de nuevo a la aventura. Terminaron dándose un garbeo por el inicio de los tajos de la virgen, como entrante de lo que haríamos al día siguiente.

Cena del consabido arroz (modalidad de arroz con leche de Antonio) con atún y tropezones de tomate seco, salchichón granatensis, lata de ensalada de pasta versión Rafael y a la piltra. Nos hacía falta.

Domingo, 8 de julio

A pesar de alguna sinfonía nocturna y de otros pormenores, logramos descansar mejor que en noches anteriores. A las 7 h comenzamos a levantarnos sin prisa, desayunamos tranquilamente y recogimos todo a la espera del grupo de Málaga. Entre tanto decidimos a las 8,40 h subir al Veleta que lo teníamos a tiro de piedra. A las 9,02 estábamos en la cumbre (3399 m) con las fotografías de rigor y vistas preciosas en todas las direcciones.

Vuelta al refugio, ya vacío, a esperar. Eran quince los integrantes del grupo de Málaga, los que aparecieron a las 10,40 h. Venían entre otros, Javier (director del Parque) y Pili, Antonio Sánchez (guarda del Parque), Jesús, Cayetano, Miguel Sánchez, Luis, Jerónimo, y otros de cuyos nombres no puedo acordarme.

La idea era ir hacia el Caballo, último tres mil del macizo de Sierra Nevada y de paso localizar endemismos y flores y plantas de la época, que brinda el Parque Natural a esa altura.

Salimos andando a las 10,50 h camino de los tajos de la virgen (¡la virgen, qué tajos!), por unas crestas a prueba de equilibrio y buscando una cuerda en continuo diente de sierra hacia el Caballo. Ante semejante panorama, Rafael optó por esperarnos abajo en los coches, junto a la barrera. No se le había perdido nada por esos andurriales; ya era un mérito que hubiera llegado hasta allí con los malos comienzos que tuvo. Luego Fali comentó que, de haberse enterado, podía haberle acompañado por una senda más pacífica, que bordea las crestas y llega al mismo sitio y al mismo tiempo. Para mí que Rafael le sigue estando muy agradecido por la no ocurrencia.

Ahora sí creo en los milagros, al comprobar que nadie del numeroso grupo se despeñó por aquellos difíciles tajos. Según cuenta Fali, que él viera, a alguno tuvieron que agarrarlo de la camisa cuando se iba hacia abajo. Fue el postre a nuestra integral. Cansados como íbamos ya, con unas mochilas enormes que nos dificultaba el equilibrio en más de un paso.

No era extraño tener que ir saltando de bloque en bloque de piedra, y agarrándose hasta de las orejas para pasar por aquél cataclismo de enormes rocas. Cada uno trepaba por donde podía y la serpiente multicolor que aparecía a lo lejos por las crestas, componía una vista que ha quedado recogida en más de un documento gráfico. Llevo un pellizco en el estómago -decía Jerónimo-, cuando se le preguntaba por su situación al verle la expresión de la cara.

Así íbamos avanzando cuando llegamos a las 11,57 h a una piedra conocida como el Fraile de Capileira, por su peculiar forma, (3197m) y que Javier intentó escalar. La bajada sin puntos de referencia a la vista no lo aconsejaba, según le comentó Antonio Muñoz.

Por fin logramos salir de las crestas y ya por senda muy marcada y tras pasar por el deteriorado refugio de Elorrieta, llegamos a las 14,10 h al fondo de otro valle (2882 m) con nacimientos de agua y sitio idóneo para comer. La “cosecha” de flores y plantas (entiéndase localización) debió de ser excepcional, por la gran satisfacción que manifestaba Jesús.

¡Volvimos a probar el vino!, gracias a los compañeros del grupo de Málaga. ¡Ajo blanco fresquito de la cosecha de Luis!, ¡gazpacho frío y reparador del oteador Jerónimo!, ¡tortillas al gusto!, ¡exquisito melón de postre por gentileza de Javier!…Nos vino muy bien la variedad… y el descanso. No íbamos a llegar al Caballo, que se veía a algo más de una hora, pero por la ruta que habíamos hecho ya, y por la que nos quedaba (al final del día pasamos de 30 Km.), el caballo, la mula y la jaca eran ya nuestros.

De nuevo varias ofertas después de la comida: seguir hasta el caballo, volver por ruta larga y dura, o volver por ruta menos dura. Puestas a votación, Ricardito, como no, se quedó sólo para el caballo. El resto de los humanos optamos por la tercera. Y menos mal que era la menos dura porque todavía nos quedaba un sube y baja constante de circos, canchales y enormes morrenas de bloques pardo-rojizos, casi intransitables.

A las 15,20 h salimos andando buscando la cuerda del valle en donde estábamos encajados. Por una pendiente senda que no daba descanso, llegamos a las 16,15 h a lo más alto del circo (3094 m) . Y desde allí, siempre por canchales y atravesando todo lo que se ponía por delante, llegamos a las 18,05 h a la preciosa laguna de el Carnero, el Cartujo o los Misterios (2695 m), en donde nos dimos un reparador remojón de pies.

Ya sólo restaba otra fuerte subida hasta el empalizado de borreguiles y luego dejarse caer en un prolongado descenso por senda y carretera hasta el aparcamiento de los coches, 20,30 h, en donde aguardaba con cara de feliz descanso nuestro amigo Rafael.

Los cuerpos aguantan lo que nadie es capaz de imaginar. Hechos polvo pero contentos habíamos culminado nuestra esperada integral. La satisfacción era más poderosa que el agotamiento. Allí estábamos, junto con el resto de los incorporados el domingo, los siete magníficos, que un lejano jueves 5 de julio nos aventurábamos, desde el recóndito Jérez del Marquesado a recorrer el espectacular macizo montañoso de Sierra Nevada.

Nuestro profundo agradecimiento a Javier que, como de costumbre, puso a nuestra disposición la infraestructura del Parque para ser transportados hasta Cenes, en donde recogimos los coches y, cantando pero bajito, nos volvimos a nuestro templo.

Pon fin, me dijo Paco, al verme anotar los últimos detalles en los papeles que he utilizado para recoger las notas.

Que así se escriba y así se cumpla.


F I N

11 de septiembre de 2007